lunes, 7 de febrero de 2011

47

La vida es como un flan, por mucho que se tambalee, no cederá.
La vida es como un maratón, es una hazaña terminarlo, pero si lo consigues te sientes hueco por no haberlo hecho épico.
La vida es como un pañuelo, siempre dispuesto a recoger tus lágrimas y preparado para el próximo llanto.
La vida es como una escalera. Nunca supe cuándo subía. Ahora sé que estoy bajando.
La vida es como un submarino, sólo funciona cuando estás abajo. Si emerges es para coger aire y volver a las profundidades.
La vida es como la radio, te acompaña sin verla, la sientes sin tocarla.
La vida es como la poesía, nunca la he entendido.
La vida es como un ordenador, cuando aprendes a usarlo, es demasiado tarde.
La vida es como una pompa de jabón, la cuidas para que no explote, pero ninguna dura lo suficiente.
La vida es como un libro, puede ser bueno o ser malo.
La vida es como una botella, puede ser opaca o translúcida.
La vida es como una sirena, las que me gustan no existen y las que conozco me dan aversión.
La vida es como un cigarro, dura hasta que lo quemas. O como un tesoro, que dura hasta que lo entierras.
La vida es como un camino. Perdón, la vida es el camino.

viernes, 4 de febrero de 2011

46

El proceso es el siguiente: Mis dedos se mueven espasmódicamente y teclean lo que les sale de las yemas. Mis ojos lo leen. El cerebro lo analiza, exclusivamente, en busca de errores ortográficos o tipográficos. Y cuando la información pasa al corazón y se remueven a partes iguales entrañas y sentimientos, ya es tarde, pues ya he pulsado el maldito botón de enviar y las notas son públicas, del mundo y no únicamente de John. Es la única forma que conozco de ser sincero conmigo mismo.
Ha pasado mi ochenta y nueve cumpleaños y ni cuenta me he dado porque no suelo fijarme en las fechas. Como me suceda esto el año que viene, me sentiría peor por aquello de cumplir un año redondo. Una vida completa como la que carga mi espalda está colmada de etapas, de ciclos cargados de momentos, de ilusiones, de proezas, de llantos, de risas y de frustraciones. No ha sido una mala vida, casi diría que ha sido hasta media, no me quejaré. 
Así que, por torpe, se escapó el momento único anual en el que en todos mis cumpleaños anteriores, echaba la vista atrás y brindaba por los años pasados, pero mi cabeza me ha vuelto a jugar una mala pasada. Al final, lo único que me queda es el corazón. Pues apañados vamos.

miércoles, 2 de febrero de 2011

45

Las decepciones son como el café, fuertes al principio y te dejan un regusto que perdura hasta que te tomas otro.
Mi historial de decepciones es grandioso, casi tanto como el de triunfos, pero claro, la alegría no se mantiene, se esconde en excusas baratas, en agrias disquisiciones e impide que me crezca.
Lo pequeño es lo que me ha hecho grande. Lo de detrás se colocó delante. Con nada, conseguí todo. Llorando pude reír. Riendo no me soporto. Y así, me respeto más que a nadie. Al fin y al cabo estoy solo.
Me he movido sin que se notara y no he notado que nadie se moviera porque todos íbamos subidos en el mismo carrusel. Quizás, un poco de calma me hubiera ayudado, pero entonces no sería yo. ¿Para qué queremos ayudas si somos lo que tenemos?
Me duele el alma cada día, pero no siempre a la misma hora. Eso me convierte en un ser perpetuamente atormentado esperando a que la quiebra de mi corazón amamante el llanto diario.
Amigos, amantes, amados, todos en pie que no queda nada para la eclosión. Y a pesar de eso, me sigue pareciendo un esfuerzo excesivo el tener que sonreír.
De ayer ya ni me acuerdo, mañana no me preocupa. ¿Y hoy? Hoy sé que todo es nada. O algo parecido.

martes, 1 de febrero de 2011

44

El vinaco se reía estruendosamente, como desarmándose cada vez que lo hacía. Marcaba la jota, la u y la a de manera sobreactuada y sólo él se reía de sus chistes. Maldita su gracia.
Un día de los que pasó por casa, papá no estaba y a mí me sorprendió verle allí, golpeando la puerta desde la calle con desenfreno. Él no me descubrió, así que yo no le abrí. Mamá, que no había salido ese día y se encontraba extraordinariamente en la cocina, no oía los golpes.
El vinaco rodeó la casa y al llegar a la cocina vio a mamá dentro; golpeó con furia el cristal de la puerta de atrás llamando su atención e imagino, porque no pude verlo, que a mamá le cambió el rictus. Ella sí que conocía mi presencia en la casa, así que antes de recibir al apestoso invitado, se dirigió a la estancia principal y me gritó: “Ni te muevas”, con una grave y atronadora potencia que aún perdura en mi memoria.
Fueron, diez, veinte, no sé, treinta minutos, que avanzaron como horas. Cuando mamá volvió a abrir la puerta, no la quise mirar a la cara, pero me agarró con violencia de los brazos y me dijo con una imponente y desgarradora voz: “Nunca tengas pánico. Si te lo huelen, te matarán”.