lunes, 31 de enero de 2011

43

Creo que se me hubiera dado muy bien educar a un par de hijos o dos (pares). Lo digo desde la más sincera ignorancia, como casi todo lo que proclamo, pero he observado las tribulaciones de los nuevos padres cuando son nuevos y pienso, ¿cómo es posible que algo tan nimio pueda provocar tantos quebraderos de cabeza a unos adultos supuestamente preparados?
Y es que si algo echo en falta de no haber procreado hijos a conciencia es el superávit de besos que, veo, se vienen conmigo. Y es que me encanta besar. Sé que mis hipotéticos hijos se hubieran saciado de mis besos pero yo se los hubiera lanzado a diario y a miles. Creo que la educación del beso es la más beneficiosa para todos.
En cambio, estos padres y estas madres, aunque son más estos padres, que hacen llorar a solas por las noches a sus hijos para que se curtan, pero en cambio no les permiten que lloren durante el día delante de sus amigos o les llaman campeones aunque no hayan ganado nada, estos padres que piensan que allanándoles el camino, van a conseguir que no se trastabillen… Estos padres me superan.
Se lo he dicho muchas veces a algunos en mi auténtica especialidad de metomentodo: No des pistas que despistas. Pues ni aún así, aprenden.

domingo, 30 de enero de 2011

42

Siempre me preguntaba por qué al llegar a casa, la única que me recibía con verdadero amor y entusiasmo era mi perrita, Thelma.
No he sido persona que haya amado a los animales, antes de Thelma, claro. Si acaso me gustaban los peces de colores, pero creo que ésta era una afición decorativa. Mi opinión era que los animales deberían vivir en las cuadras, en las calles y nunca compartiendo y transmitiendo gérmenes a los verdaderos y únicos poseedores del hogar. Así de cretino era.
Pero tras vivir diez años con un perro, me di cuenta de que, desde el día en que entró en casa hasta hoy, que ya hace más de treinta años que se fue, Thelma formó parte de mi familia.
Un perro nunca siente la peligrosa comodidad de la seguridad. Cuando te ve es como si le estuvieras haciendo el favor de amarle, así de endiosado te hacen sentir. O si le dejas atado en la calle porque no le dejan entrar en algún sitio público, se ven humillados y dudando de su abnegado buen hacer que les ha llevado a esa indignante situación. De ahí, la inmensa alegría que transmiten cuando, salvador, les rescatas de esa condenada correa.
En cambio, las personas cuando sentimos la seguridad es cuando entramos en el inicio de nuestra recta final.

viernes, 28 de enero de 2011

41

A Will le conocí en su casa. Lo explicaré mejor. Will era uno de los hijos de la familia que nos hospedó en los Estados Unidos una vez iniciada nuestra retirada. No se comportaron excepcionalmente bien con nosotros, pero en ningún momento faltaron al compromiso adquirido.
Deberíamos aprender mucho de los americanos. Acababan de terminar una guerra importante, la Gran Guerra y eran inconscientes, todos lo éramos, de que se avecinaba otra mayor. Además, 1929 no fue un buen año hablando en términos económicos. Y nosotros llegamos en 1930. Qué puntería.
Llegamos pensando encontrar un paraíso donde todo serían facilidades y comodidades y nos encontramos un triste páramo. Pero repleto de gente con orgullo y agallas donde todos trabajaban por conseguir un futuro común de otro color.
No nos trataban mal, pero nos hacían amoldarnos a ellos, nunca al revés. Nos respetaban, pero teníamos que trabajar duro. En aquella sociedad, bueno en la de años posteriores, a nadie se le regalaba el sueldo. Si alguien no tenía trabajo, cobraría una paga del estado, pero siempre a cambio de una tarea necesaria. Nadie se quejaba, apretaban el culo y trabajaban. Y sobre todo, no eran vecinos, eran hermanos.
Con los años lo asumí y cuando lo comparo con España ansío ese vínculo que espero tengan alguna vez los nietos de vuestros nietos.

jueves, 27 de enero de 2011

40

En mi época de chupatintas, nunca ejecuté a nadie por lo que no iba conmigo lo de ejecutivo, conseguí una leve admiración laboral por los que me rodeaban a diario. No puedo explicar en qué lo notaba, pero mi opinión marcaba tendencia y mis actos provocaban algo en los demás. Como el ligero aleteo de la mariposa que puede provocar una tormenta. Pues yo era la mariposa.
Una vez me dio por guardar las grapas usadas en una cajita de plástico. ¿Por qué? No me hagan preguntas, sólo sé que lo hice.
La cajita iba llenándose muy despacio, pues aunque pasaban muchas grapas inservibles por mis manos, el espacio que ocupaban era, en principio, inapreciable.
Pero, claro, el tiempo pasa para todos, hasta para las grapas y años después la cajita iba tomando cierto color a grapa usada y los compañeros preguntaban cuál era el motivo de aquella extraña afición. Yo respondía, creando una expectación no buscada, que ya se enterarían cuando la caja se llenara. Ellos asentían firmemente y se preguntaban qué estaría tramando.
Finalmente, cuando el tiempo acotó el plazo, tuve que tomar una de las decisiones más importantes de mi vida. Ya no cabía una grapa más en la caja y algo tenía que hacer. Y lo hice. Cambié las grapas a una caja tres veces más grande.

miércoles, 26 de enero de 2011

39

Soy un antisocial. Supongo que algo habré mejorado con los años, pues antes era un perfecto antisocial. Lo que ocurre es que me estoy atemperando y voy conociendo el proceloso mundo de las relaciones sociales. Justo ahora que no me relaciono con nadie.

Nunca me han gustado las conversaciones de ascensor, vacíos diálogos condenados a morir en apenas unos segundos y que se han producido por casualidad. Cuando me encontraba en una situación así, mi cabeza bajaba hasta el punto de que parecía querer despegarse del cuello y aunque mi interlocutor me comentara las bondades o maldades del tiempo, según la estación en que estuviéramos, yo solamente acertaba a decir, psé o psá dependiendo del día que tuviera.

Las reuniones sociales tampoco eran mi fuerte salvo una excepción; que hubiera niños. Entonces mi comportamiento cambiaba radicalmente. Ya sabía con quien iba a tener las mejores conversaciones del día. Me gano a los niños, es algo innato, aunque la verdad, no sé quién gana a quién porque de ellos ansiaba aprender esa espontánea espontaneidad que luego intentaba plagiar yo mismo en algún otro contexto pero que ni de lejos conseguía.

En alguna época pasada, consciente de esa fama de antipático que nada me había costado ganar, pretendí el juego del cambio de actitud. Fueron las dos horas más raras de mi vida.

38

1930. Cinco caros pasajes de tercera en un gran barco transoceánico que cubría la ruta Vigo – Nueva York. El traslado a Vigo fue peculiar, pero quizás se cuente en otra ocasión.

El Alfonso XIII era el barco que nos cobijaría durante dos semanas, nombre efímero, pues al año siguiente lo rebautizarían como Habana, cosas de los políticos. Era una nave impresionante y más a los ojos de un crío de ocho años que no había salido de su pueblo más que en esporádicas ocasiones y siempre a parajes cercanos.

Antes de hacer acto de presencia en la embarcación, los catorce días de trayecto se me hacían cortos pues era inmensa la ilusión que tenía de estar allí, una vez mitigados los disgustos de dejar a papá y a Sara en casa. Pero a los veinte minutos de iniciado el rumbo, ya estaba deseando llegar a puerto. Nuestro camarote era acérrimo enemigo del equilibrio y provocaba aleatorios bamboleos en los que mis ojos no fijaban su objetivo en un sitio fijo. De ahí que mis mareos nacieran, crecieran y se desarrollaran durante dos largas semanas.

Mamá me cuidó como nunca hasta entonces había hecho y eso hizo que mi primer y único viaje en barco permanezca dulcemente en mi recuerdo acurrucado al confortable regazo y al olor de mamá. Qué tierna sensación.

lunes, 24 de enero de 2011

37

Me arrepiento de muchas cosas. Públicamente lo negaré todo, como hago cuando me preguntan tal cuestión, pero entre amigos, me temo que iré reconociendo alguna verdad silenciosa. La de hoy es púdica.

Me arrepiento de haberle dado demasiadas vueltas a la cabeza. Siempre por nimiedades, temas irrelevantes que se solucionarían horas, días o quizás semanas después, pero que hasta que llegaba el desenlace provocaban en mí una enorme desazón que me desquiciaba, me devoraba por dentro y me convertía en otro huraño más.
Sólo veo una cosa positiva de mi estúpido comportamiento y es que, a pesar de agotar cada una de las posibilidades que podrían suceder con la ficticia angustia del momento, el problema no se hospedaba en mi interior infiriéndome un daño mayor, sino que al día siguiente afloraba, latente, y en principio acobardada, una minúscula herida en un pequeño paraje de mis labios que cada día iría haciéndose más vieja, hasta su muerte una semana después.
Anne, que me conocía como si me hubiera engendrado, al ver mi calentura, me preguntaba por el origen de mis miserias y, subrepticiamente, me obligaba a confesar.
En cambio, mis amigos, burlones, imaginaban lugares prohibidos en los que podía haber metido la boca para quedar así. La boca no sé, pero sé que la cabeza siempre se me ha ido demasiado lejos.

domingo, 23 de enero de 2011

36

Qué alegres comenzamos cualquier tarea, cualquier momento, cualquier acontecimiento y qué cambio de rictus se nos produce, que hasta cambiamos de tonalidad de piel, cuando las cosas no son como parecen, o al menos como parecían.
Algo así me pasó cuando de niño, seis, siete años, no recuerdo, mi hermana Lucy, la que creció y de hecho nació conmigo pues no en vano éramos gemelos, me convencía para ir a jugar con ella y sus amigas a los juegos de niñas que acostumbraban. Como papá no se ocupaba y mamá tampoco, Sara, quedaba encantada, de que estuviéramos juntos puesto que así se suponía nos cuidaríamos el uno a la otra, o viceversa y así la liberábamos de uno de sus múltiples quehaceres diarios.
Así que me iba contento a jugar con Lucy, pero las risas tornaban en enfado en cuestión de minutos cuando, por un lado, mi hermana y sus amigas me utilizaban como un muñeco más de los pocos que poseían y, si esto fuera poco, mi hermano Henry dudaba de mi incipiente hombría y se mofaba con sus amigos de mis femeninas aficiones.
Estos comentarios no me hicieron demasiado daño, ni me afectaron en la formación de mi personalidad. ¿O sí? Seguramente, si hubiera sido una carga tan liviana como la que creo, no estaría hablando ahora de ello.

viernes, 21 de enero de 2011

35

¿Y cómo se supone que debíamos sentirnos los asturianines de la España más española en los impresionantes Estados Unidos de América en plenos años treinta, recién aterrizados, huyendo despavoridos de una malas previsiones y alojados con una rara familia extraña, aunque ellos se reconocieran como la típica familia americana, ja, que nos acogía exclusivamente por dinero, eso al principio, porque más tarde lo harían por dinero y por interés y cuyas sonrisas resultarían más falsas que una moneda de tres reales, haciendo piña, nosotros, simulando calor familiar por el día pero ahogando con la almohada el llanto diario individual por la noche para no demostrar a los demás la debilidad que todos sentíamos, al final iba a resultar que nos queríamos, topándonos de frente con un futuro desconocido que se presumía de un esperanzado y cálido color pero que resultaría tan gris como lo eran nuestros colores habituados de vida, dejando en España a quien no teníamos que haber dejado y creyendo, engañados, todas las previsiones que nos hablaban de una inversión, así lo llamaron los muy pazguatos, la cual resultaría rentable en unos años cuando nos reencontráramos todos y la experiencia de lo vivido nos haría más fuertes y también más seguros, seguro que eso lo decían por mí, planes bien proyectados pero fatal ejecutados? ¿Eh, John?
Ni puta idea.

jueves, 20 de enero de 2011

34

Si hoy encontrara una explicación al sentido de la vida, podría acostarme tranquilo. Me acostaré nervioso, entonces. Si pudiera atisbar una insustancial gota de certeza en el sentido de la mía, podría morir tranquilo. Me temo que moriré nervioso.

Si al menos hubiera tenido hijos a los que transmitir, a la par que machacar, todas mis frustraciones y haber amado lo indecible, tendría mi coartada perfecta, ya habría encontrado tan quimérica respuesta. Pero me temo que por ahí no van a salir los tiros esta vez.

Analizándome en superficie, me diría que he vivido una vida no agitada, sino mezclada con sinsabores continuos que iban
acabando lentamente conmigo cuando las heridas del golpe anterior iban cicatrizando. A pesar de ello, lo he llevado bien y casi en todos los momentos de mi vida he sabido desbrozar los aspectos positivos que todo hecho, por nefasto que sea, lleva. Bueno, no todos los acontecimientos llevan un punto positivo, hay uno al que por mucho que mire, busque y escudriñe, no logro encontrar la positividad.

Del resto sí, de aquello que parecía un mazazo que iba a impedir levantarme, le sacaba el jugo, me hacía más fuerte y me preparaba para el siguiente. Aunque la huella que han dejado todas estas situaciones en mí es lo arrugado que estoy, de armadura y de vida.

miércoles, 19 de enero de 2011

33

De mi hermano Henry aprendí mucho, creo que es el que más me enseñó. Durante muchos años, pensé que nunca me quiso aunque hubiera preferido que me ignorara. Era seis años mayor que yo y su carácter introvertido y dañino me molió la espalda y el alma a partes iguales.
No se conformaba con pegarme durante los diez primeros años de mi vida, humillarme ante mis amigos en los cinco siguientes y arruinarme, en el resto, mis escasas posibilidades de relacionarme con el otro sexo que no era el mío. Creo que disfrutaba talándome la vida. Pero, justo, cuando el daño parecía irreversible, me consolaba papá, mamá, Sara o el que pasara por allí y tuviera un poco de corazón. Esto provocaba en Henry más rencor hacia mi persona al creer que no me merecía tan injustos arrumacos.
Henry nunca se comportó como una persona madura. Por eso, durante años, le odié. Creo que era la única persona de mi entorno que poseía ese dudoso privilegio, pero el odio me superaba.
El hecho es que Henry murió joven, por circunstancias temporales y aunque al principio y durante años no le eché de menos, al final me pareció comprender su obcecación hacia mi persona. Lo que ocurre es que como soy viejo, no recuerdo muy bien por qué carajo se comportó así.

martes, 18 de enero de 2011

32

Creo que va tocando esclarecer la historia de mi vida pues, hasta ahora, estos bocetejos que he ido bosquejando días atrás sólo aportan drama y confusión.
Pero hoy no es el día. Entre otras cosas porque aún no he recordado nada acerca de la etapa de mi vida en la que trabajé en la cocina de un gran hotel en Nueva York, colaborando, mano con mano, mandil con mandil con el chef y del que aprendí como con nadie antes. Lo de ayudante fue un título que gané tras la primera vez que se dignó a dirigirme la mirada y por ende la palabra, varios años después de mi llegada al hotel aunque habiendo compartido espacio para nuestros personales pensamientos.
Con el chef aprendí a amar mi trabajo. Él lo desconocía, pero meticulosamente analizaba todos y cada uno de sus movimientos, la elegancia con que manejaba los diferentes utensilios, la certeza de la elección de los recipientes adecuados, el éxtasis logrado al conseguir el aroma perseguido, el triunfo del color, la precisión del corte, la minuciosidad de los procedimientos. Yo le aporté mi innata meticulosidad a la hora de controlar los tiempos en la cocción y las medidas exactas y precisas.
Creo que formamos una buena pareja y por eso nuestro final fue similar al de todas las parejas. Se acabó.

lunes, 17 de enero de 2011

31

Cada vez que me quedé en puertas de algo, consideraba que había perdido la oportunidad de mi vida. En cambio, cuando fui vencedor en alguna contienda, inmediatamente le restaba valor, lo tuviera o no y, al momento, perdía importancia para mí.
Algo similar me ocurría con las bodas. Nunca me han gustado, ni las de los demás ni por supuesto las mías, pero cuando se acercaba una de mi entorno y veía que de mí no se acordaban, me sentía malquerido. Cada día me encendía más y solamente vivía para la fastuosa fiesta que me iba a perder y de la que todo el mundo iba a hablar en décadas. En cambio, cuando al final se decidían por invitarme al acontecimiento, entiendo que como suplente de alguna ausencia, JKM refunfuñaría y maldeciría por asistir a un acto en el que no se veía y que escasa era la clase que demostraban los anfitriones al fijarse en alguien como él. Evidentemente, se trataba de una gran cita del gran Groucho Marx, pero perfectamente aplicable a mi persona.
Independientemente de esta no tratada fobia, creo que durante toda mi vida he sido un inconformista trastornado, caduco y trasnochado, pero espero mi definitiva redención en la próxima boda a la que me inviten. Prometo, entonces, asistir y disfrutar. Lo prometo. Lo prometo. Lo prometo.

sábado, 15 de enero de 2011

30

Si hoy me dijeran, John elige entre la amistad, el amor y un elevado nivel de vida, no dudaría hacia dónde dirigirme.
Al elevado nivel de vida le desestimo desde el momento en que lo escribo. Primero, porque lo de elevado es relativo y, segundo, porque cuanto más tienes más quieres y cuanto más quieres más necesitas. Eso te convierte en un inconformista redomado que no valora lo que posee y cuya felicidad y sosiego brilla por su ausencia. Me sucedió hace muchos años.
En cambio, entre el amor y la amistad mi juego inventado me lo pone difícil, pero tras segundos en los que dejo a mis impolutas neuronas decidir, me dan la respuesta y elijo la amistad.
He tenido multitud de buenos amigos en mi vida y con ellos he compartido momentos inigualables que han perdurado en mi esencia y me ayudaron a crecer. Qué risas y qué embriaguez de sensaciones destiladas con unas acompañadas gotas del más puro alcohol. Cuando hablo de amigos hablo de hombres y de mujeres y es que cuando estudié en la escuela, el plural de ambos géneros se escribía en masculino. Perdonen la antigualla.
Siento dejar al endiosado amor en segundo plano, pero la vida me ha enseñado que es algo que se termina, además del tiempo que, impoluto, martillea segundo a segundo.

viernes, 14 de enero de 2011

29

Actualmente mis días son muy pesados y por no serlo yo, no prolongo la u de muy. Sé que son días de veinticuatro horas, igual que lo son los de todos los personajes de este mundo e igual que lo fueron mis días de los buenos tiempos, cuando parecían ser de veinticuatro minutos.

No hago nada solo. No sé si sabría hacerlo, pero el caso es que no me dejan, no se fían de mis escasas mañas. Me despiertan temprano, ¿para qué carajo me despiertan temprano si lo tengo todo hecho ya?, me asean, me visten, me desayunan, ya quisiera yo, me divierten ¡ja!, me quitan conversación, porque no me la dan, me pasean, me dan de comer, me ayudan a reposar cuando no quiero reposar, me despiertan de la siesta cuando más a gusto estoy, me llevan por no sé donde, pero luego me traen, me dan de cenar, me acuestan, me duermen y se van.
Es entonces, cuando empieza mi vida, me despierto, me levanto, pongo en orden mis desmemorias, recuerdo mis recuerdos, me alegro de no perderlos todos, escribo unas letras, llamo a alguna vieja amiga, perdón, a alguna amiga vieja, viene a verme y de paso me toca. Son los dos mejores minutos de mi día.
Todo el párrafo anterior es mentira. Piadosa o no, pero mentira.

jueves, 13 de enero de 2011

28

Quien hace mucho, pero no todo, por mucha gente, pero no por toda, a la larga se ganará más adversarios que amigos, fruto de maquinaciones insidiosas de la caterva de gente que descuidadamente les rodea.
Eso le sucedió al concejal, que no sólo socorrió a papá, sino que lo hizo con mucha de su gente. No a todos les pudo buscar un alojamiento fuera de España, eso quedaba para los íntimos, pero sí que consiguió una larga lista de beneficios sociales para los más necesitados, fruto de su labor como fundador y presidente de un gran sindicato en Asturias. Lograr exenciones en el pago del pan y del carbón para las familias con menos recursos y mejorar la educación para los hijos de estas familias fueron alguno de sus triunfos.
Su excelsa labor, le hizo ganar peso político en Asturias y fue proclamado alcalde de una gran localidad, cabeza de partido. Eran los buenos tiempos. Hasta fue diputado en Cortes por Asturias años después.
Pero esos enemigos fraguados desde el trabajo honrado consiguieron manchar su nombre y le acusaron de tratar con la dictadura de Primo de Rivera y de venderse al poder. Hasta sus propias bases le mancillaron y el concejal decidió retirarse con su ignominia.
Nació pobre y así murió, pero de mantener su memoria limpia me encargo yo.

miércoles, 12 de enero de 2011

27

Hacía mucho que no lloraba. Años, incontables años. Y hoy, esta mañana cuando me he despertado y antes de comenzar a hacer nada como cada día, primero ha sido un largo suspiro, luego ha sido una respiración entrecortada, posteriormente una lágrima furtiva que se ha sorprendido de las facilidades encontradas y, finalmente, una llantina que me ha durado mi buen rato y que luego me ha dejado tan suave como un pañuelo de lino. No había bebido nada. Hoy no. No sé por qué ha sucedido, pero así ha sido.
Antes lloraba a menudo. No de pequeño, sino desde que aprendí que hacerlo te liberaba el alma y te limpiaba el cuerpo. Era una práctica recurrente que utilizaba como terapia.
Aunque lo de hoy me ha pillado por sorpresa. Asumo que soy caduco, que he llegado a mi máximo, que no me quiero como antes… pudiera ser el motivo.
Pero creo que no ha sido así. Simplemente, mi cuerpo pedía a gritos regenerarme por dentro y por fuera. Respirar como aprendí hace años y que no practico de ningún modo y saltar y bailar buscando encontrar al muchacho que fui. Tras disecar mis lágrimas y reponerme de mi esfuerzo sobrevenido, me he sentido pleno como pocas veces en mi vida.
He recordado a todos pero, hoy, eso se queda para mí.

martes, 11 de enero de 2011

26

Fue Anne, quién si no, la que me convirtió en un géminis de adopción y no porque ella quisiera sino porque tanto lo sufrió que me lo remachaba una y mil veces. Me encanta la astrología y he tenido amigos distinguidos en este campo, auténticas eminencias, que no sólo han dado clases en la universidad sino que incluso han escrito libros sobre este fantástico mundo y sírvame la polisemia del término en esta ocasión.
Pero de horóscopos y esas tontadas ni sé, ni me esforcé en progresar. Por lo visto, al nacer en febrero caí en los designios de acuario, que para mí es lo mismo que los otros. Bueno, que los otros no, porque géminis desde que me lo impusiera Anne, se ha convertido en un descalificativo transformado.
Ella, que me conocía, como nadie, también mi sufrió mi ambivalente proceder y de ahí la marca. Fue ella quien, anticipando mi irascible carácter, quedaba mal con otros disculpando mi comportamiento. Fue ella quien, protegiéndome con su coraza de corazón, reía mis gracias cuando tocaban y lloraba en silencio cuando no podía comprender los motivos de mi desigual actitud.
Para Anne fui un auténtico géminis y, por recordarla, ahora me encargo de que todo el mundo lo sepa. Supongo, y espero, que el humor resista aún por algún resquicio de mi espíritu.

25

Anne y yo nos casamos en 1952 y como viaje de luna de miel nos fuimos a Las Vegas, en un modesto viaje costeado por todos mis chaches. Nunca entendí el porqué de la elección, pero no iba a ser yo quien lo rechazara.
Maravillosos hoteles encontramos a nuestra llegada tras tres días de viaje en infausto autobús, ninguno de los cuales era, lógicamente el nuestro. Una vez pasamos por la puerta de cada uno de los majestuosos aposentos, requerimos la atención del conductor por si se hubiera olvidado de nosotros y justo en ese momento, cerca de una charca de peor olor que aspecto, encontramos un chamizo con un ridículo cartel de hotel que se sujetaba con unas cuerdas reatadas varias veces a mano.
Las cucarachas de la habitación nos hicieron la improvisada ceremonia de bienvenida, pero al fin y al cabo sólo íbamos a pasar allí una noche, pues nos esperaban otros tres días de vuelta a casa.
Creo que era el Majestic. Actuaba Frank Sinatra, al que Anne reservaba un hueco en mi pedestal, aunque yo intentara echarle a codazos. Evidentemente, el precio de las almohadillas era más elevado que todo nuestro viaje, así que nos conformamos con respirar el mismo aire que Frank.
Fue el mejor viaje de mi vida y juro que no utilizo la ironía.

24

La decisión de marcharnos de España correspondió a papá. Aunque éramos una familia de ideas y actos adelantados a la época, llegado el momento de las grandes decisiones, quien las tomaba era papá.
Y no sé si fue por hastío, hartazgo o eterno amor, pero imagino que a papá le resultó muy duro separarse de todos los suyos y a mamá le tuvo que ocurrir lo mismo. Bueno, de casi todos. Con él se quedó Sara, que ya cumplió veintidós años, y aunque Robert, mi segundo hermano, rondaba los veinte y deseaba quedarse, papá decidió con la anuencia de Sara que debía ser la hija mayor la que permaneciera a su lado.
Fue una decisión moderna, pero nunca entendí separarme de Sara y este acontecimiento supuso la primera quiebra de mi débil corazón. Si hubiera sido Robert el elegido, hasta lo hubiera celebrado, pero Sara, mi benefactora, me dejaba huérfano de padre y madre.
Mi egoísmo hizo que hasta bien tarde no asumiera la dura situación que vivió mamá con cuatro hijos en su mochila, en un país extranjero, con un océano de por medio y con más miedo que incertidumbre ante lo que nos avecinaba. ¿Por qué Estados Unidos? Cosas del concejal. Amigos de amigos allí vivían y eran los que iban a alojarnos. Qué gente tan anómala estos americanos.

23

Rodríguez, hijo de Rodrigo. Fernández, hijo de Fernando. Sánchez, hijo de Sancho. Martínez, hijo de Martín y Hernández, hijo o hija de Hernando. Eso dicen los onomásticos y supongo que cierto será. Pero entonces, ¿quién será Gutiérrez?, ¿el hijo de Guti? ¿Y Putiérrez?, ¿el hijo de…? En mi caso, no sé de donde proviene la K y aunque de Mulligan tampoco conozco su origen, sí que conozco su destino.
Corrían los años cincuenta en los Estados Unidos, donde mi vida no discurría del todo mal y me aficioné a practicar golf con amigos. Pero mi alterado carácter no casaba con ese deporte tan sosegado y lo que comenzaba como una apacible tarde, se convertía en una sesión de terapia en la que mis compañeros me convencían de que no era tan pésimo en el arte del agujerito y la pelotita, aunque entre swing y putt, ellos se desternillaran de mi inusual estilo.
Hasta que un día me harté y, cada vez que me salía un golpe horrendo, me dirigía a mis amigos con gran dignidad y les decía: - Éste no vale. Y repetía hasta que me satisfacía el resultado.
Hasta entonces, nadie había tenido tal ocurrencia, pero debió triunfar pues hasta hoy en día todo aficionado al golf sabe lo que es un Mulligan. Aunque mis amigos dejaran de llamarme.

22

Mi vida avanza a pasos agigantados. Hay ciertas cosas que se me han quedado pendientes y ya no volverán, sobre todo por miedos personales, aunque espero que menos de las que imagino y otras que ya no podré practicar aunque antes fuera un asiduo conocedor.
Cuando cumples años y conquistas la vida, día a día, momento a momento, rememoras años atrás y ves que no solías pararte a analizar, ni pararte a respirar. Simplemente pedías más  y, normalmente, tenías más. Era una ambición desbocada la que, en ocasiones, controlaba mi vida.
En el episodio actual, no me reconozco allá. Con la experiencia que te ha dado la experiencia y el saber estar que has aprendido a base de tortazos, te encuentras más calmado, con tiempo para todo pero también para nada.
Atisbo en breve plazo, movimientos que desembocan en quietud, fuego que me convierte en ceniza y luminosidad que desboca en negro. No hace falta ser demasiado inteligente, sólo haber vivido más que todo tu entorno, que ya te han convertido en un Robinson Crusoe en la isla de la vida. Si ya se fue hasta mi Viernes, entiendo que cualquier otra luna seré yo el que, haciendo feliz a alguno, abandone el barco y me marche a no sé dónde y no sé con quién.
Rezumo optimismo vital a raudales.

21

Sara, mi hermana mayor, ejerció de madre para conmigo. Tenía catorce años cuando nací, así que supongo que pude resultarle hasta gracioso y por eso se desvivía en vestirme y desvestirme como si fuera el muñeco con el que nunca jugó. A mamá, imagino, que estas atenciones le vendrían de perlas para poder dedicarse a esas amigotas con las que compartía horas cada día. Por esto, durante mis primeros años, sólo perdura en mi memoria, Sara.
Cuando mamá aparecía por casa, el ritual era siempre el mismo, rápido paso por el aseo, saludo efusivo a papá y alharacas y aspavientos varios acerca del amor que tenía a cada uno de sus cinco hijos. No la recuerdo una sonrisa de felicidad en años, pero sí una sonrisa estudiada y trabajada que transmitía confianza y convertía la preocupación que rondaba nuestra casa en naturalidad y tranquilidad.
Supongo que si uno vive creyendo que es feliz, sobre todo en la infancia, acabará siendo feliz y creciendo y desarrollándose como persona sin trabas ni cuitas. En cambio, si cada día analizas fehacientemente tu situación y tratas de buscar una explicación a la mierda que estás viviendo, acabarás rebozándote en ella y convirtiéndote en otro despojo más.
Papá amaba a mamá, pero la descuidó. Mamá amaba a papá pero tenía que sacar adelante a una familia.

20

¿Y a qué venían las visitas? Por razones obvias, no buscaban nada lucrativo, pero indirectamente se beneficiaban de su amistad con pico de oro. Los de un lado sabían que papá hablaba con todo el mundo y aunque querían exclusividad, respetaban las cosas como eran. Los del otro, igual, preferirían ser los únicos amigos de papá, pero preferían compartirlo a perderlo. Y mientras tanto, pico de oro, aprendía de unos y de otros, hablando la mitad que escuchando y atemperando las contadas ocasiones en que las altas voces superaban a las escasas ideas. Entonces, exponía uno de sus hilarantes circunloquios y las caras mudaban de irritación a carcajada.
El estatus de papá fue creciendo con los años. Incluso algunos de los encuentros mantenidos en casa aparecían en la prensa local, con amplios detalles acerca de los participantes y agudas descripciones de los comentarios de pico de oro. Papá era un referente en la sociedad asturiana de principios de siglo veinte.
Pero otras voces no eran tan bondadosas con su actitud. Unos le llamaban iluso, cosa que veo no carente de razón; otros le llamaban pancista, es decir, que arrimaba la panza allá donde hallara provecho.
Qué injusticia tan grande sentirse ofendido por aquéllos que critican lo que practican enfervorecidos. Mamá lloraba, hablaba con papá y vistos los resultados, volvía a llorar.

19

Dicen que el ser humano no es partidario del cambio, pues parece que cambio es sinónimo de incertidumbre. En mi caso personal, afortunadamente, no es así. Seguramente será porque he vivido muchos desde pequeñito, pero todos los cambios que me han acompañado han supuesto una mejora, lo cual no era difícil viendo el suelo desde el que partía.
Estoy en vísperas del que será mi último cambio y tampoco tengo miedo. Lo estoy, pero también todos. Cada día nos morimos un poquito y cada día nos acercamos más al final. Hay quien es tan obtuso que no lo ve y quien es tan iluso que no quiere verlo, pero cuanto antes lo asumamos, antes lo olvidaremos y podremos dedicarnos a VIVIR entendiéndolo como amar, disfrutar y compartir.
Lo dije el primer día, me fascina mi vida. He sufrido. He llorado. He amado. He vivido. Y como estoy cerca del fin y no me queda demasiado tiempo, puedo proclamar que cuando entendí que el final existe es cuando más disfruté de mis días. Me costó darme cuenta, pero lo logré, te conoces como nunca y te amas como nadie.
Me encantaría que si alguien anda perdido en nimiedades varias y leyera estas letras pudiera reencontrar la esencia de la vida y aunque que cada uno hallara la suya, con eso sería suficiente.

18

Tendría siete años pero lo recuerdo vivo en mi lánguida memoria. Mamá me encargó recoger habas de un terreno a las afueras del pueblo. Ni las habas, ni el terreno nos pertenecían; no eran habas de primera, ni siquiera de segunda, ésas ya estaban en el remolque, se trataba de los restos que no habían sido escogidas.
Y allí estaba yo, acopiando, cuando de repente, una sombra me sorprendió y tras ella se  presentó el guarda que, como primer saludo, me reventó la bolsa de un manotazo. Después, pisoteó mis seleccionadas habas e hizo lo propio con mis costillas.
Salí huyendo, despavorido y no sé si con más miedo de la paliza que me encontré o del disgusto que daría a mamá y del que desconocía su reacción. Llegué a casa, relaté lo sucedido y sólo me dijo que cogiera un saco, el mayor que viera, y la acompañara.
Recuerdo el camino de vuelta a ese infame terruño, acompañando a mamá cuyo rictus no sé si era de orgullo, rabia o desesperación. O todo a la vez. Llegamos adonde el guarda y mamá sin mirarle a la cara se dispuso a llenar el saco con las habas que le pareció. El guarda masculló excusas baratas pero no dijo nada.
Y en su mundo, papá daba pábulo a unos y a otros.

17

Ha llegado la hora de presentar a mi alter ego, la persona que me acompañó durante casi sesenta años y que ha sido el soporte principal que ha permanecido inalterado a mi lado frente a los vaivenes de la vida.
Will se parece bastante a mí, aunque es más guapo, más alto, más fuerte, con más hermosa voz y mejor persona que el que suscribe. Creo que no se ha enfadado nunca en su vida y menos en la mía. Nos conocimos en los Estados Unidos, de insulsa manera que no viene al caso, pero siempre me pareció un tipo de lo más interesante.
Durante la primera mitad de su vida, no fue un joven afortunado, pero no por ello dejó de lado su sorprendente entusiasmo. Es increíble las malas jugadas que el destino, la vida, la suerte o no sé qué le tiene preparado a ciertas personas y lo óptimamente que éstos lo asumen. O llevan sus males en soledad o realmente piensan que no son tales sino barreras que deben traspasar o incluso derribar.
Will era uno de ellos. Supongo que si a mí me hubieran puesto la mitad de los obstáculos que a él, mi pusilánime ánimo ya habría renunciado hace rato. En cambio,  él, con su triste sonrisa perenne, nos hacía a todos el camino más practicable.

16

Cada noche duermo como un bebé, de los que no lloran. Será porque tengo la conciencia tranquila o quizás la memoria dormida, pero la verdad es que duermo muy bien. Incluso cuando las cosas parecen cimbrarse, puedo remontar cada noche y ver el amanecer desde otra perspectiva menos oscura.
Esto me ha ayudado en algunos momentos de mi vida, como cuando amigos que decían serlo no me devolvían la luz que se me había apagado y comenzaba a recorrer un camino que no parecía tener retorno. Me moría, me moría, me moría. Cada día lo mismo, pero me tumbaba, sin ninguna gana, y al final, me rendía y caía dormido no sin antes, literalmente, haberme secado por dentro.
En cambio, los que no eran amigos, se comportaban como tales y escuchaban mis rabiosos gritos de desesperación, sin prejuzgar, enjuiciar ni valorar mi irascible comportamiento. Solamente, hacían lo que yo necesitaba: acompañaban. Aparentemente ausentes pero presentes de facto.
Me he sentido así dos veces en mi vida. Una, tras la muerte de papá. Otra, provocó que Anne se marchara. Si hubiera aprendido de la primera, quizás Anne seguiría conmigo.
Sé que eso es mentira, pero me consuela pensar así. Echando la culpa a algo o a alguien, parece que se curan los remordimientos. Aunque se trate de echarme la culpa a mí.

15

Hace años, cuándo si no, trabajé como analista y consolidador de datos. No tenía muy claras mis funciones y la cosa empeoraba cuando mis amigos me preguntaban en qué trabajaba y en qué consistían mis tareas.
Básicamente, intentaba explicarlo como si mi interlocutor tuviera tres años y además le añadía un tono de voz infantil que creo que no solo no ayudaba sino que hasta podía resultar aberrante.
Imagínate, decía yo, que tienes una cuentecita con muchos numeritos que vienen de distintas fuentecitas y tienes que resumir todos los numeritos en poquitos numeritos y en palabritas cortitas y chulas para que te comprenda el jefecito. Todo ello, lo decía casi cantando en lugar de hablando.
¿Por qué habré preguntado? Supongo que se preguntaría mi sufrido amigo aguantando mi surrealista retahíla. Y yo, intentando explicar un trabajo para el cual, francamente, había nacido pero que asumía que la gente no comprendía.
Al terminar, me salía una sonrisilla estúpida, en ocasiones acompañada de una inapreciable baba que caía por una de las comisuras de mis labios, me daba la vuelta y era feliz por haber contribuido a mejorar el intelecto de los que me rodeaban.
Claro que mamá, que se las sabía todas, cuando me veía lo suficientemente crecido me recordaba:
-Ese trabajini tuyo no sirve para nada. Al menos, no pasas frío.

14

El sexo es como la mentira. Los dos causan adicción.
Anne y yo formamos (pasado) un gran equipo. Ambos aprendimos mucho al lado del otro. Anne me enseñó todo lo que sé sobre sexo, bastante poco. Yo, por mi parte y por no ser descortés, le mostré todo mi catálogo de mentiras. Recibió todas y cada una de ellas hasta que se las aprendió todas y decidió no saber más. Se fue.
Fueron muchos años los que vivimos juntos, no quiero recordar cuántos porque sólo de intentarlo mis entrañas se remueven de dolor. Fui un absoluto cretino por pensar que la goma de la mentira podía estirarse hasta el infinito y no pensar que un día estallaría. Un día, era el trabajo que me requería, otro, algún amigo que me persuadió, otro, una rara enfermedad que me atosigaba…
Es increíble lo retorcida que puede ser la mente humana; cuando todo va sobre raíles nos empeñamos en buscar incidentes que puedan perturbar la situación, sin darnos cuenta de la maravilla que estamos viviendo. En cambio, cuando echamos en falta algo o a alguien, nos encargamos de idealizar esa ausencia y convertirla en indispensable para nuestra felicidad.
Creo que Anne rehízo su vida y tuvo sus ansiados hijos, ésos que yo no quise darle. Se merecía una buena vida. Desconozco si la consiguió.

13

Corrían las aguas revueltas en Asturias durante los primeros años de mi vida. Yo, evidentemente, no percibía nada, aunque cualquiera podría discernir entre el seguro transitar del tren y su posible descarrilamiento.
Recuerdo que en 1928, papá hablaba con mucha gente que nos agasajaba en casa. Nuestro caserón de casi doscientos años de antigüedad, con más fachada que interior y más hornacinas que reliquias, fue mudo testigo inquebrantable de la cantidad de personalidades que por allí deambulaban. Creo que nadie conocía nuestra inestable situación real, aunque es cierto que en la apariencia mamá no se manejaba mal.
Venía con regularidad el concejal, que llegó a ser muy importante en la vida pública asturiana. Creo que fue alcalde de una importante localidad y hasta fundó un sindicato años atrás. Me parecía muy buena persona. Cuando me veía, intentaba pellizcarme en el lugar donde otros tienen mofletes y me decía:
-Cuando crezcas, serás mi mejor lugarteniente. Tengo mucho trabajo para ti.
Yo no entendía nada, pero a él le aceptaba en casa.
En cambio, otras visitas despertaban en mí sentimientos de repulsa. Recuerdo sentirme arrollado por un caballero de oronda figura y del que mamá decía que era como el mal vino; cabezón, con mal cuerpo y mal olor. Años después descubriría que el vinaco influiría en algunas decisiones que cambiaron mi vida.

12

Nunca he sido un hombre grande. Soy un poquita cosa con menos hueso que músculo y menos músculo que carne. Además, de potencia de voz tampoco ando sobrado. Un tirillas, vamos.
El caso es que he vivido toda mi vida siendo consciente de esta circunstancia, pero ello no ha sido óbice para haber sido escuchado, pues lo que he tratado de llevar por bandera en mis conversaciones con público ha sido el resultado de mis ideas y creo que no me ha ido mal del todo.
Pero ahora, con la carga de años que llevo en mi espalda, noto como mi entorno me respeta en las formas, pero desconoce que me humilla con sus actitudes. Sin querer ofenderme, lo hacen continuamente, puesto que cuando me encuentro en cualquier reunión de más de cuatro personas y perpetro la remota posibilidad de decir una palabra, se produce un silencio sepulcral que lejos de ser reverente se convierte en un incómodo acto de protagonismo hacia mí, los ojos se desvían, las miradas se giran, se me clavan en no sé qué parte y lloro y pataleo por dentro por no tener la suficiente lucidez que se me supondría.
Cuando me pasaba antes, mis amigos se reían. Cuando me pasa ahora, mis amigos piensan que me hacen un favor no diciéndome lo que verdaderamente piensan.

11

Cuando conocí a Anne se pararon las estrellas. Durante miles de minutos no pude respirar con fluidez. La expresión mariposas en el estómago la inventé yo a raíz de este maravilloso acontecimiento. Mis noches, recorriendo cada uno de los centímetros de mi cama, intentando dormir pero celebrando no poder hacerlo, recordando cada una de sus expresiones de ese día y saboreando hasta el primero de sus besos, eran eternas. Sabía que la había encontrado y estaba casi seguro de que ella lo sabía también. Celebrábamos cada segundo que pasábamos juntos y nos prometíamos que cada día iba a superar al anterior. Qué momentos tan inolvidables, pero a la vez, tan efímeros.
Lástima que según iba creciendo nuestro amor, progresivamente iba creciendo la vida. Y cuando crecía la vida, imponderablemente crecíamos nosotros. Y el sueño de envejecer juntos y así llegar al final del camino como si uno solo fuéramos no pudo cumplirse.
Maldigo mi desleal comportamiento y cada noche me intento redimir de todos mis males. Pero no sé hacerlo. No sé con quién tengo que hablar y ni siquiera qué tengo que confesar.
Leí una vez que la soledad era el estado ideal del ser humano si no fuera porque no puedes compartirla con nadie. Y creería firmemente en este axioma, siempre que mi soledad fuera también la de Anne.

10

Estoy viviendo casi noventa años. Ochenta y ocho, concretamente. Quizás la construcción de la primera frase no sea la más acertada, pero no he querido decir he vivido, puesto que participio me suena a pasado y prefiero el gerundio que me pone en movimiento y en contacto permanente con mi vida.
Nací el 2 de febrero de 1922. El dos del dos del veintidós y no creo que sea una casualidad sino un hecho que ha marcado mi vida. Soy mayor, pero no lo suficiente. Tengo años pero me quedan más. Estoy, como me decía mamá durante toda su vida, en la flor de la mía.
Treinta y dos mil cuatrocientos sesenta y siete días, casi tantos como noches. Puedo asegurar, que en casi todas ellas he dormido profundamente. He descansando mi cuerpo pero, sobre todo, mi alma. No he tenido problemas de conciencia, salvo en un par de momentos puntuales de mi vida en los que tuve la suerte de reencontrarme. Fue en esos tiempos de peligro, en los que la noche en la cama era sinónimo de desasosiego y de dolorosos escenarios de mala conciencia, llegando un punto en el que casi fui capaz de engañarme, encontrando siempre una excusa que paliara los errores cometidos.
Afortunadamente no lo conseguí y los reeducados fueron mis actos y no mi conciencia.

9

Siempre me han gustado las matemáticas, los números, el álgebra y los procesos. Nunca he entendido el arte, la literatura, las letras y la filosofía. Siempre, nunca… Ni con mi exagerada edad he dejado de ser extremo. O blanco o negro, para qué vamos a intentar atemperarnos a estas alturas.
Las matemáticas me resultan oportunas en mi ocio, ahora, y en mi negocio, antes. Un día me explicaron que negocio es lo contrario de ocio (neg-ocio) ¿Me engañaron? Las utilizo, las matemáticas, en la cocina, en la música y en la fila del teatro, calculando si me van a quedar entradas y cuándo voy a comprarlas en función del ritmo de venta de las anteriores. No soy un enfermo, pensar te mantiene vivo.
Lo de las letras y el arte, es que me aburre. Salvando a Dickens y a Kandinsky, no entiendo estas novísimas hordas de alegóricos juntaletras y qué decir de las nuevas tendencias en la pintura. ¿A quién quieren engañar? Por Dickens siento debilidad por su manejo en la incertidumbre y la gestación de los grandes momentos. A Kandinsky le descubrí el día que murió y por una serie de circunstancias posteriores, su obra me cautivó.
Me aparece un tercer combatiente en el duelo letras contra números y es el amor. Y, ahora, pienso que debía haber amado más.

8

Me he casado tres veces. Pero dos de ellas, fueron mentira. Mi primera mujer me engañó, antes, durante y no sé si después de nuestro matrimonio. Mi tercera mujer representó fielmente la definición de arpía.
Pero mi segunda mujer, era Ella, mi compañera de viaje, mi amante y mi amiga. Era la más bella, era la más risueña, era la más cariñosa. Se llamaba Anne y aún la amo.
Nos encontramos por una casualidad, como parece que suceden estas cosas. Una tarde de enero, me tocaba guardia en el trabajo en que intentaba ganarme la vida, pero mi compañero me avisó esa misma tarde pidiéndome que doblara el turno por no sé qué vaga excusa.
Me enfadé, pero por mi manso carácter, no hice nada. Dupliqué mi jornada acabando no tan cansado como pensaba. Pero mientras volvía a mi apartamento en las afueras de las afueras, me dormí en el tren, pasándome mi parada y la otra y la otra… Hasta que llegamos al final del trayecto y el tren se detuvo en la nada.  Entonces, con música de violines y olor a lavanda, juro que así lo recuerdo, Anne me despertó dulcemente diciéndome:
-Creo que ya hemos llegado.
La miré, la sonreí y dije con el registro de voz más imponente que recuerdo en mi vida:
-Hemos llegado para quedarnos.

7

Era 1930 y papá decidió que lo mejor para todos era que nos marcháramos a otro país, a otro continente. Él, en cambio, prefirió quedarse, pues corrían tiempos difíciles en España y no quería aparentar ante nadie ser un desertor. Papá hablaba muy bien, vestía muy bien y creo que le querían en su entorno. Se relacionaba con políticos de postín, con militares de alto rango y medio pelo y hasta con algún vestigio de la santa madre iglesia. Le llamaban pico de oro, pero a él no le molestaba; hasta me guiñaba un ojo y se reía cuando así le llamaban.
Papá era un cínico en el sentido menos despectivo del epíteto, pero si algo amaba sobre todas las cosas era a mamá y, por ende, a su amplio linaje. Por eso y porque su amigo el concejal le estuvo manejando las neuronas durante meses explicándole que el país se venía abajo y que todo iba a confluir en un desastre, es por lo que decidió que mamá y cuatro de sus hijos se tenían que marchar de su lado.
No sé que hubiera sido de mi vida si me hubiera quedado en España y hubiera sufrido en mi carne aquélla penosa guerra entre hermanos. Nunca la llamé civil, en todo caso fue una guerra incivil. Sólo de recordarla, enfermo.

6

Se llamaba Macon, no recuerdo su apellido y era el protagonista de la novela El turista accidental. Al principio, cuando la leía, me iba haciendo cierta gracia la semejanza del carácter de Macon con mi persona. Conforme avanzaba la historia, e iba devorando con verdadera fruición sus párrafos deliciosamente trabajados, me fui convirtiendo en Macon y al finalizar el libro, me di cuenta de que ambos dos, Macon & Me, teníamos un alter ego.
Qué tipo más raro acababa de conocer: Meticuloso, preciso, - se me escapaba precioso, pero me temo que no -, minucioso, aburrido, nada romántico… En realidad, todo un regalo. Si pudiera definirle con un color, dudaría entre Gris o Marrón. Si fuera una bebida, evidentemente, se llamaría Agua. Pura emoción envuelta en corazón de cartón piedra.
Y por todo esto, Macon me fascinaba.
¿Pero qué encanto podía tener un tipo así?
Lo desconozco porque lo ignoro. Pero siempre me ha gustado verme en él, de hecho he llegado a superarle en manías varias. Por ejemplo, el criterio de elección que sigo con mis corbatas, o el orden alfabético en el que coloco las conservas en la alacena, o el hablar en voz alta cuando estoy solo. Pensé que viviendo años se me irían atrofiando estas actitudes, pero ha ocurrido lo contrario; si Macon me conociera, saldría corriendo.

5

He trabajado mucho, entre otras razones porque he tenido mucha suerte y tengo muchos años. Una de mis experiencias profesionales más recordadas fue cuando ejercí de consultor en una gran empresa de no recuerdo a qué menesteres se dedicaba. Pero eso da igual.
Oí por ahí, que un consultor era una persona que te quita el reloj, te dice la hora y, además, te cobra por ello. Qué tarea más desvergonzada. Pero qué razón tenía ese argumento.
Como buenos consultores que éramos, debíamos explicar a la gente en qué consistía su trabajo, cuando nosotros carecíamos de la experiencia necesaria y de, por tanto, los conocimientos requeridos. Ahora bien, nuestra imagen era espectacular, nos habían educado en el proceloso mundo de las habilidades directivas y sabíamos un par de anécdotas recurrentes, que nos convertían en llegadores, visionarios y triunfadores. La anécdota más repetida era la del gigantesco ahorro de costes que tuvo una aerolínea al suprimir una aceituna de sus aperitivos. Y nosotros nos lo creíamos.
Imberbes e inocentes rendidos al engaño del capital. Traidores al fin y al cabo y no sé si responsables directos o indirectos de la quiebra del sistema. Me creo tan grande que me creo capaz de hundir el mundo, pero, ¿no seremos los culpables por acción u omisión de haber llegado a esta situación tan oscura?

4

¡Échale huevos! Échale huevos, me decían cada vez que, a la hora del almuerzo, me tocaba servir la mesa a los chaches. De quien provenía esa armoniosa frase, que se ha  quedado a vivir en mi atribulado cerebro, era de papá, que tras terminar su hazana diaria no tenía fuerza ni costumbre para continuar y me dejaba a mí los menesteres de ser la chacha de los chaches. Qué tiempos.
Mamá, en cambio, no me decía nada. No decía nada al menos en casa, porque pasaba poco rato en ella. Le gustaba compartir tertulia y empanadas con sus amigotas jugando a cartas a un extraño juego que nunca comprendí. Podían pasarse horas sin mover un músculo antes de posar un naipe en el experimentado tapete. Pero cuando les venía el nervio, sus movimientos eran tan vertiginosos que parecían centellas enojadas. Creo que estaban locas. Y me daban mucha envidia.
Añoro a papá. De tantas hostias que me dio, mi cabeza instintivamente se dirige cada día a la encimera donde escondo sin demasiado tino el whisky de los baratos (¿es que hay otro?). Tras tomarme una o dos copas, durante las cuales rememoro lo que pudo haber sido y no fue, me recompongo, guardo la botella, esta vez con la intención de ser cumplidor en la tarea y maldigo esta puta vida.

3

Me encanta la gente. Creo en las personas. Me apasiona escuchar lo que dicen y también cómo lo dicen. El lenguaje de los gestos, el de las intenciones; ese mensaje que inconscientemente transmiten cuando se expresan con naturalidad. Y es verdad que siempre he sido un especialista en anticiparme a la mentira.
Recuerdo un caso, hace al menos cuarenta años, en el que el acusado, Waldorf, me decía sin palabras y sin pestañear que él no era el responsable del horrible acto del que le acusaba. Yo escudriñaba cada una de sus muecas, me preguntaba por su falta de sudoración, analizaba sus aparentemente imperceptibles gestos pueriles que sólo me transmitían inocencia. ¿Era Waldorf… inocente?
Pero un hecho provocó un giro en los acontecimientos. Mamá se presentó en la alcoba interrumpiendo nuestra tensa situación creada, mirándonos a ambos a los ojos, permitiéndome percibir sus ojos inyectados en sangre y preguntando voz en grito ¿¡Quién se ha hecho caca en la alfombra!?
Waldorf, presa de sus nervios salió corriendo de allí y sus ladridos perduraron hasta la noche. Yo en cambio, empecé a sudar, pestañeé como un energúmeno, la miré sin mirarla, procurando que nuestras miradas no llegaran a cruzarse ni durante un segundo y balbuceé como un niño, tanto, que ese día aprendí casi todo lo que sé de lenguaje no verbal.

2

Evidentemente, no me llamo John K. Mulligan. Nadie puede llamarse así. Es cursi, pretencioso, e incluso poco original; sobre todo lo de la K. Pero, no seré yo quien desvele mi original y sorprendente nombre. Así que, a partir de ahora, pueden conocerme como JKM o Mulli o como les dé la real gana. Al fin y al cabo, no me voy a enterar nunca.
Pero, en cambio, sí quiero hacer una leve presentación de mi persona.
Nací en… pongamos… Asturias. Nací en… repongamos… mil novecientos... Soy el quinto hijo de una familia de muy dulce abolengo. Soy el último. Desconozco por qué.
Mamá me adoraba. Papá me idolatraba. ¿Los chaches? pues de todo un poco; una me quería, otro me descubrió tarde, otro me pegaba y la otra creció conmigo. Buena gente.
Mi carácter es agrio, perfeccionista tirando a malo, irónico, sarcástico, sardónico, tengo una buena alma y muy pocos principios, aunque los que poseo están bien asentados. Bien criado pero con infructuoso resultado. En definitiva, uno más dentro de esta estirpe.
Ah, por cierto, soy géminis. Lo de la dualidad no es que se me perciba en ocasiones, es que a veces me veo doble en los espejos. Soy el yin y el yang, la sandía y el melón, la primavera y el otoño. Me encanta hablar de mí.

1

Me encanta lanzarme en paracaídas. Lo practico desde hace siglos y, francamente, es de las situaciones más confortables que he vivido en mi azarosa vida. No solamente es por la increíble sensación de unicidad del momento. No, realmente no es por ello. Tampoco es por el miedo recurrente que, lejos de convertirse en rutinario cada día que me toca lanzamiento, se transforma en una experiencia distinta, me conduce a lo más cerrado de mí y me hace preguntar ¿qué hago aquí? Ni lo es por el maldito ego que me hace creer ser un héroe ante los míos.
Arrojarte al vacío, a gran altura, chocar contra nada y descubrir a golpes la fuerza de la gravedad, puede parecer tan impactante como el propio choque. Pero tampoco es por ello por lo que me apasiona lanzarme en paracaídas.
Me fascina mi vida. He sufrido. He llorado. He amado. He vivido.
Y quiero seguir viviendo. Por eso me encanta lanzarme en paracaídas. Porque sé que cuando lo hago, hay una sucesión de protocolos inevitables, de secuencias ordenadas, de pulcros mecanismos que se van a cumplir de manera precisa para que pueda seguir disfrutando mi vida. Comprobar el arnés, revisar la campana, limpiar las gafas, saludar al piloto… ¡Qué maravilla! Todo a punto. Empezamos.
Me llamo John K. Mulligan y esta es mi historia.