miércoles, 2 de febrero de 2011

45

Las decepciones son como el café, fuertes al principio y te dejan un regusto que perdura hasta que te tomas otro.
Mi historial de decepciones es grandioso, casi tanto como el de triunfos, pero claro, la alegría no se mantiene, se esconde en excusas baratas, en agrias disquisiciones e impide que me crezca.
Lo pequeño es lo que me ha hecho grande. Lo de detrás se colocó delante. Con nada, conseguí todo. Llorando pude reír. Riendo no me soporto. Y así, me respeto más que a nadie. Al fin y al cabo estoy solo.
Me he movido sin que se notara y no he notado que nadie se moviera porque todos íbamos subidos en el mismo carrusel. Quizás, un poco de calma me hubiera ayudado, pero entonces no sería yo. ¿Para qué queremos ayudas si somos lo que tenemos?
Me duele el alma cada día, pero no siempre a la misma hora. Eso me convierte en un ser perpetuamente atormentado esperando a que la quiebra de mi corazón amamante el llanto diario.
Amigos, amantes, amados, todos en pie que no queda nada para la eclosión. Y a pesar de eso, me sigue pareciendo un esfuerzo excesivo el tener que sonreír.
De ayer ya ni me acuerdo, mañana no me preocupa. ¿Y hoy? Hoy sé que todo es nada. O algo parecido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario