viernes, 4 de febrero de 2011

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El proceso es el siguiente: Mis dedos se mueven espasmódicamente y teclean lo que les sale de las yemas. Mis ojos lo leen. El cerebro lo analiza, exclusivamente, en busca de errores ortográficos o tipográficos. Y cuando la información pasa al corazón y se remueven a partes iguales entrañas y sentimientos, ya es tarde, pues ya he pulsado el maldito botón de enviar y las notas son públicas, del mundo y no únicamente de John. Es la única forma que conozco de ser sincero conmigo mismo.
Ha pasado mi ochenta y nueve cumpleaños y ni cuenta me he dado porque no suelo fijarme en las fechas. Como me suceda esto el año que viene, me sentiría peor por aquello de cumplir un año redondo. Una vida completa como la que carga mi espalda está colmada de etapas, de ciclos cargados de momentos, de ilusiones, de proezas, de llantos, de risas y de frustraciones. No ha sido una mala vida, casi diría que ha sido hasta media, no me quejaré. 
Así que, por torpe, se escapó el momento único anual en el que en todos mis cumpleaños anteriores, echaba la vista atrás y brindaba por los años pasados, pero mi cabeza me ha vuelto a jugar una mala pasada. Al final, lo único que me queda es el corazón. Pues apañados vamos.

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