martes, 11 de enero de 2011

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Hace años, cuándo si no, trabajé como analista y consolidador de datos. No tenía muy claras mis funciones y la cosa empeoraba cuando mis amigos me preguntaban en qué trabajaba y en qué consistían mis tareas.
Básicamente, intentaba explicarlo como si mi interlocutor tuviera tres años y además le añadía un tono de voz infantil que creo que no solo no ayudaba sino que hasta podía resultar aberrante.
Imagínate, decía yo, que tienes una cuentecita con muchos numeritos que vienen de distintas fuentecitas y tienes que resumir todos los numeritos en poquitos numeritos y en palabritas cortitas y chulas para que te comprenda el jefecito. Todo ello, lo decía casi cantando en lugar de hablando.
¿Por qué habré preguntado? Supongo que se preguntaría mi sufrido amigo aguantando mi surrealista retahíla. Y yo, intentando explicar un trabajo para el cual, francamente, había nacido pero que asumía que la gente no comprendía.
Al terminar, me salía una sonrisilla estúpida, en ocasiones acompañada de una inapreciable baba que caía por una de las comisuras de mis labios, me daba la vuelta y era feliz por haber contribuido a mejorar el intelecto de los que me rodeaban.
Claro que mamá, que se las sabía todas, cuando me veía lo suficientemente crecido me recordaba:
-Ese trabajini tuyo no sirve para nada. Al menos, no pasas frío.

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