martes, 11 de enero de 2011

24

La decisión de marcharnos de España correspondió a papá. Aunque éramos una familia de ideas y actos adelantados a la época, llegado el momento de las grandes decisiones, quien las tomaba era papá.
Y no sé si fue por hastío, hartazgo o eterno amor, pero imagino que a papá le resultó muy duro separarse de todos los suyos y a mamá le tuvo que ocurrir lo mismo. Bueno, de casi todos. Con él se quedó Sara, que ya cumplió veintidós años, y aunque Robert, mi segundo hermano, rondaba los veinte y deseaba quedarse, papá decidió con la anuencia de Sara que debía ser la hija mayor la que permaneciera a su lado.
Fue una decisión moderna, pero nunca entendí separarme de Sara y este acontecimiento supuso la primera quiebra de mi débil corazón. Si hubiera sido Robert el elegido, hasta lo hubiera celebrado, pero Sara, mi benefactora, me dejaba huérfano de padre y madre.
Mi egoísmo hizo que hasta bien tarde no asumiera la dura situación que vivió mamá con cuatro hijos en su mochila, en un país extranjero, con un océano de por medio y con más miedo que incertidumbre ante lo que nos avecinaba. ¿Por qué Estados Unidos? Cosas del concejal. Amigos de amigos allí vivían y eran los que iban a alojarnos. Qué gente tan anómala estos americanos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario