lunes, 17 de enero de 2011

31

Cada vez que me quedé en puertas de algo, consideraba que había perdido la oportunidad de mi vida. En cambio, cuando fui vencedor en alguna contienda, inmediatamente le restaba valor, lo tuviera o no y, al momento, perdía importancia para mí.
Algo similar me ocurría con las bodas. Nunca me han gustado, ni las de los demás ni por supuesto las mías, pero cuando se acercaba una de mi entorno y veía que de mí no se acordaban, me sentía malquerido. Cada día me encendía más y solamente vivía para la fastuosa fiesta que me iba a perder y de la que todo el mundo iba a hablar en décadas. En cambio, cuando al final se decidían por invitarme al acontecimiento, entiendo que como suplente de alguna ausencia, JKM refunfuñaría y maldeciría por asistir a un acto en el que no se veía y que escasa era la clase que demostraban los anfitriones al fijarse en alguien como él. Evidentemente, se trataba de una gran cita del gran Groucho Marx, pero perfectamente aplicable a mi persona.
Independientemente de esta no tratada fobia, creo que durante toda mi vida he sido un inconformista trastornado, caduco y trasnochado, pero espero mi definitiva redención en la próxima boda a la que me inviten. Prometo, entonces, asistir y disfrutar. Lo prometo. Lo prometo. Lo prometo.

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