martes, 11 de enero de 2011

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Se llamaba Macon, no recuerdo su apellido y era el protagonista de la novela El turista accidental. Al principio, cuando la leía, me iba haciendo cierta gracia la semejanza del carácter de Macon con mi persona. Conforme avanzaba la historia, e iba devorando con verdadera fruición sus párrafos deliciosamente trabajados, me fui convirtiendo en Macon y al finalizar el libro, me di cuenta de que ambos dos, Macon & Me, teníamos un alter ego.
Qué tipo más raro acababa de conocer: Meticuloso, preciso, - se me escapaba precioso, pero me temo que no -, minucioso, aburrido, nada romántico… En realidad, todo un regalo. Si pudiera definirle con un color, dudaría entre Gris o Marrón. Si fuera una bebida, evidentemente, se llamaría Agua. Pura emoción envuelta en corazón de cartón piedra.
Y por todo esto, Macon me fascinaba.
¿Pero qué encanto podía tener un tipo así?
Lo desconozco porque lo ignoro. Pero siempre me ha gustado verme en él, de hecho he llegado a superarle en manías varias. Por ejemplo, el criterio de elección que sigo con mis corbatas, o el orden alfabético en el que coloco las conservas en la alacena, o el hablar en voz alta cuando estoy solo. Pensé que viviendo años se me irían atrofiando estas actitudes, pero ha ocurrido lo contrario; si Macon me conociera, saldría corriendo.

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