lunes, 24 de enero de 2011

37

Me arrepiento de muchas cosas. Públicamente lo negaré todo, como hago cuando me preguntan tal cuestión, pero entre amigos, me temo que iré reconociendo alguna verdad silenciosa. La de hoy es púdica.

Me arrepiento de haberle dado demasiadas vueltas a la cabeza. Siempre por nimiedades, temas irrelevantes que se solucionarían horas, días o quizás semanas después, pero que hasta que llegaba el desenlace provocaban en mí una enorme desazón que me desquiciaba, me devoraba por dentro y me convertía en otro huraño más.
Sólo veo una cosa positiva de mi estúpido comportamiento y es que, a pesar de agotar cada una de las posibilidades que podrían suceder con la ficticia angustia del momento, el problema no se hospedaba en mi interior infiriéndome un daño mayor, sino que al día siguiente afloraba, latente, y en principio acobardada, una minúscula herida en un pequeño paraje de mis labios que cada día iría haciéndose más vieja, hasta su muerte una semana después.
Anne, que me conocía como si me hubiera engendrado, al ver mi calentura, me preguntaba por el origen de mis miserias y, subrepticiamente, me obligaba a confesar.
En cambio, mis amigos, burlones, imaginaban lugares prohibidos en los que podía haber metido la boca para quedar así. La boca no sé, pero sé que la cabeza siempre se me ha ido demasiado lejos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario