martes, 11 de enero de 2011

25

Anne y yo nos casamos en 1952 y como viaje de luna de miel nos fuimos a Las Vegas, en un modesto viaje costeado por todos mis chaches. Nunca entendí el porqué de la elección, pero no iba a ser yo quien lo rechazara.
Maravillosos hoteles encontramos a nuestra llegada tras tres días de viaje en infausto autobús, ninguno de los cuales era, lógicamente el nuestro. Una vez pasamos por la puerta de cada uno de los majestuosos aposentos, requerimos la atención del conductor por si se hubiera olvidado de nosotros y justo en ese momento, cerca de una charca de peor olor que aspecto, encontramos un chamizo con un ridículo cartel de hotel que se sujetaba con unas cuerdas reatadas varias veces a mano.
Las cucarachas de la habitación nos hicieron la improvisada ceremonia de bienvenida, pero al fin y al cabo sólo íbamos a pasar allí una noche, pues nos esperaban otros tres días de vuelta a casa.
Creo que era el Majestic. Actuaba Frank Sinatra, al que Anne reservaba un hueco en mi pedestal, aunque yo intentara echarle a codazos. Evidentemente, el precio de las almohadillas era más elevado que todo nuestro viaje, así que nos conformamos con respirar el mismo aire que Frank.
Fue el mejor viaje de mi vida y juro que no utilizo la ironía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario