martes, 11 de enero de 2011

16

Cada noche duermo como un bebé, de los que no lloran. Será porque tengo la conciencia tranquila o quizás la memoria dormida, pero la verdad es que duermo muy bien. Incluso cuando las cosas parecen cimbrarse, puedo remontar cada noche y ver el amanecer desde otra perspectiva menos oscura.
Esto me ha ayudado en algunos momentos de mi vida, como cuando amigos que decían serlo no me devolvían la luz que se me había apagado y comenzaba a recorrer un camino que no parecía tener retorno. Me moría, me moría, me moría. Cada día lo mismo, pero me tumbaba, sin ninguna gana, y al final, me rendía y caía dormido no sin antes, literalmente, haberme secado por dentro.
En cambio, los que no eran amigos, se comportaban como tales y escuchaban mis rabiosos gritos de desesperación, sin prejuzgar, enjuiciar ni valorar mi irascible comportamiento. Solamente, hacían lo que yo necesitaba: acompañaban. Aparentemente ausentes pero presentes de facto.
Me he sentido así dos veces en mi vida. Una, tras la muerte de papá. Otra, provocó que Anne se marchara. Si hubiera aprendido de la primera, quizás Anne seguiría conmigo.
Sé que eso es mentira, pero me consuela pensar así. Echando la culpa a algo o a alguien, parece que se curan los remordimientos. Aunque se trate de echarme la culpa a mí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario