martes, 11 de enero de 2011

10

Estoy viviendo casi noventa años. Ochenta y ocho, concretamente. Quizás la construcción de la primera frase no sea la más acertada, pero no he querido decir he vivido, puesto que participio me suena a pasado y prefiero el gerundio que me pone en movimiento y en contacto permanente con mi vida.
Nací el 2 de febrero de 1922. El dos del dos del veintidós y no creo que sea una casualidad sino un hecho que ha marcado mi vida. Soy mayor, pero no lo suficiente. Tengo años pero me quedan más. Estoy, como me decía mamá durante toda su vida, en la flor de la mía.
Treinta y dos mil cuatrocientos sesenta y siete días, casi tantos como noches. Puedo asegurar, que en casi todas ellas he dormido profundamente. He descansando mi cuerpo pero, sobre todo, mi alma. No he tenido problemas de conciencia, salvo en un par de momentos puntuales de mi vida en los que tuve la suerte de reencontrarme. Fue en esos tiempos de peligro, en los que la noche en la cama era sinónimo de desasosiego y de dolorosos escenarios de mala conciencia, llegando un punto en el que casi fui capaz de engañarme, encontrando siempre una excusa que paliara los errores cometidos.
Afortunadamente no lo conseguí y los reeducados fueron mis actos y no mi conciencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario