martes, 11 de enero de 2011

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Cuando conocí a Anne se pararon las estrellas. Durante miles de minutos no pude respirar con fluidez. La expresión mariposas en el estómago la inventé yo a raíz de este maravilloso acontecimiento. Mis noches, recorriendo cada uno de los centímetros de mi cama, intentando dormir pero celebrando no poder hacerlo, recordando cada una de sus expresiones de ese día y saboreando hasta el primero de sus besos, eran eternas. Sabía que la había encontrado y estaba casi seguro de que ella lo sabía también. Celebrábamos cada segundo que pasábamos juntos y nos prometíamos que cada día iba a superar al anterior. Qué momentos tan inolvidables, pero a la vez, tan efímeros.
Lástima que según iba creciendo nuestro amor, progresivamente iba creciendo la vida. Y cuando crecía la vida, imponderablemente crecíamos nosotros. Y el sueño de envejecer juntos y así llegar al final del camino como si uno solo fuéramos no pudo cumplirse.
Maldigo mi desleal comportamiento y cada noche me intento redimir de todos mis males. Pero no sé hacerlo. No sé con quién tengo que hablar y ni siquiera qué tengo que confesar.
Leí una vez que la soledad era el estado ideal del ser humano si no fuera porque no puedes compartirla con nadie. Y creería firmemente en este axioma, siempre que mi soledad fuera también la de Anne.

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