viernes, 28 de enero de 2011

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A Will le conocí en su casa. Lo explicaré mejor. Will era uno de los hijos de la familia que nos hospedó en los Estados Unidos una vez iniciada nuestra retirada. No se comportaron excepcionalmente bien con nosotros, pero en ningún momento faltaron al compromiso adquirido.
Deberíamos aprender mucho de los americanos. Acababan de terminar una guerra importante, la Gran Guerra y eran inconscientes, todos lo éramos, de que se avecinaba otra mayor. Además, 1929 no fue un buen año hablando en términos económicos. Y nosotros llegamos en 1930. Qué puntería.
Llegamos pensando encontrar un paraíso donde todo serían facilidades y comodidades y nos encontramos un triste páramo. Pero repleto de gente con orgullo y agallas donde todos trabajaban por conseguir un futuro común de otro color.
No nos trataban mal, pero nos hacían amoldarnos a ellos, nunca al revés. Nos respetaban, pero teníamos que trabajar duro. En aquella sociedad, bueno en la de años posteriores, a nadie se le regalaba el sueldo. Si alguien no tenía trabajo, cobraría una paga del estado, pero siempre a cambio de una tarea necesaria. Nadie se quejaba, apretaban el culo y trabajaban. Y sobre todo, no eran vecinos, eran hermanos.
Con los años lo asumí y cuando lo comparo con España ansío ese vínculo que espero tengan alguna vez los nietos de vuestros nietos.

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