miércoles, 19 de enero de 2011

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De mi hermano Henry aprendí mucho, creo que es el que más me enseñó. Durante muchos años, pensé que nunca me quiso aunque hubiera preferido que me ignorara. Era seis años mayor que yo y su carácter introvertido y dañino me molió la espalda y el alma a partes iguales.
No se conformaba con pegarme durante los diez primeros años de mi vida, humillarme ante mis amigos en los cinco siguientes y arruinarme, en el resto, mis escasas posibilidades de relacionarme con el otro sexo que no era el mío. Creo que disfrutaba talándome la vida. Pero, justo, cuando el daño parecía irreversible, me consolaba papá, mamá, Sara o el que pasara por allí y tuviera un poco de corazón. Esto provocaba en Henry más rencor hacia mi persona al creer que no me merecía tan injustos arrumacos.
Henry nunca se comportó como una persona madura. Por eso, durante años, le odié. Creo que era la única persona de mi entorno que poseía ese dudoso privilegio, pero el odio me superaba.
El hecho es que Henry murió joven, por circunstancias temporales y aunque al principio y durante años no le eché de menos, al final me pareció comprender su obcecación hacia mi persona. Lo que ocurre es que como soy viejo, no recuerdo muy bien por qué carajo se comportó así.

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