martes, 11 de enero de 2011

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¿Y a qué venían las visitas? Por razones obvias, no buscaban nada lucrativo, pero indirectamente se beneficiaban de su amistad con pico de oro. Los de un lado sabían que papá hablaba con todo el mundo y aunque querían exclusividad, respetaban las cosas como eran. Los del otro, igual, preferirían ser los únicos amigos de papá, pero preferían compartirlo a perderlo. Y mientras tanto, pico de oro, aprendía de unos y de otros, hablando la mitad que escuchando y atemperando las contadas ocasiones en que las altas voces superaban a las escasas ideas. Entonces, exponía uno de sus hilarantes circunloquios y las caras mudaban de irritación a carcajada.
El estatus de papá fue creciendo con los años. Incluso algunos de los encuentros mantenidos en casa aparecían en la prensa local, con amplios detalles acerca de los participantes y agudas descripciones de los comentarios de pico de oro. Papá era un referente en la sociedad asturiana de principios de siglo veinte.
Pero otras voces no eran tan bondadosas con su actitud. Unos le llamaban iluso, cosa que veo no carente de razón; otros le llamaban pancista, es decir, que arrimaba la panza allá donde hallara provecho.
Qué injusticia tan grande sentirse ofendido por aquéllos que critican lo que practican enfervorecidos. Mamá lloraba, hablaba con papá y vistos los resultados, volvía a llorar.

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