martes, 11 de enero de 2011

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Rodríguez, hijo de Rodrigo. Fernández, hijo de Fernando. Sánchez, hijo de Sancho. Martínez, hijo de Martín y Hernández, hijo o hija de Hernando. Eso dicen los onomásticos y supongo que cierto será. Pero entonces, ¿quién será Gutiérrez?, ¿el hijo de Guti? ¿Y Putiérrez?, ¿el hijo de…? En mi caso, no sé de donde proviene la K y aunque de Mulligan tampoco conozco su origen, sí que conozco su destino.
Corrían los años cincuenta en los Estados Unidos, donde mi vida no discurría del todo mal y me aficioné a practicar golf con amigos. Pero mi alterado carácter no casaba con ese deporte tan sosegado y lo que comenzaba como una apacible tarde, se convertía en una sesión de terapia en la que mis compañeros me convencían de que no era tan pésimo en el arte del agujerito y la pelotita, aunque entre swing y putt, ellos se desternillaran de mi inusual estilo.
Hasta que un día me harté y, cada vez que me salía un golpe horrendo, me dirigía a mis amigos con gran dignidad y les decía: - Éste no vale. Y repetía hasta que me satisfacía el resultado.
Hasta entonces, nadie había tenido tal ocurrencia, pero debió triunfar pues hasta hoy en día todo aficionado al golf sabe lo que es un Mulligan. Aunque mis amigos dejaran de llamarme.

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