martes, 11 de enero de 2011

8

Me he casado tres veces. Pero dos de ellas, fueron mentira. Mi primera mujer me engañó, antes, durante y no sé si después de nuestro matrimonio. Mi tercera mujer representó fielmente la definición de arpía.
Pero mi segunda mujer, era Ella, mi compañera de viaje, mi amante y mi amiga. Era la más bella, era la más risueña, era la más cariñosa. Se llamaba Anne y aún la amo.
Nos encontramos por una casualidad, como parece que suceden estas cosas. Una tarde de enero, me tocaba guardia en el trabajo en que intentaba ganarme la vida, pero mi compañero me avisó esa misma tarde pidiéndome que doblara el turno por no sé qué vaga excusa.
Me enfadé, pero por mi manso carácter, no hice nada. Dupliqué mi jornada acabando no tan cansado como pensaba. Pero mientras volvía a mi apartamento en las afueras de las afueras, me dormí en el tren, pasándome mi parada y la otra y la otra… Hasta que llegamos al final del trayecto y el tren se detuvo en la nada.  Entonces, con música de violines y olor a lavanda, juro que así lo recuerdo, Anne me despertó dulcemente diciéndome:
-Creo que ya hemos llegado.
La miré, la sonreí y dije con el registro de voz más imponente que recuerdo en mi vida:
-Hemos llegado para quedarnos.

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